“Entre dos mundos” es el título de la exposición que se muestra en el IVAM (Institut Valencià d’Art Modern) cuyo artista es José Bedia (La Habana, Cuba 1959). Las obras están inspiradas en tradiciones afrocubanas que hoy en día están presentes y vivas en su país, y se basa en culturas de origen amerindio como los sioux, yakis, cherokee u originarias de América Latina, Australia u Oceanía. Es decir, que sus cuadros dirigen su mirada hacia culturas y pueblos no occidentales con orígenes ancestrales. Todo ello invita al observador a una gran reflexión artística.
El objetivo que persigue es que el espectador se enriquezca ayudándole a comprender que hay muchas formas de vida diferentes en este mundo y que de todas ellas se puede aprender a crear seres humanos en plenitud, independientemente del nivel cultural, idioma y raza. Éste ha sido realmente el motivo que me ha llevado a ver esta exposición. África siempre me ha atraído por su encanto, la alegría que desprende su gente siempre bailando al son de los tambores y la música, con ese ritmo que desde muy pequeños ya llevan en la sangre y en la piel, y vestidos con esos trajes llenos de colores vivos en un paisaje árido y monótono que pide a gritos un baño de pinturas. Nunca he viajado a dichos países por el miedo a la higiene y a las enfermedades, a los problemas bélicos, etc, pero tienen una magia y un espíritu de compañerismo y solidaridad en su interior que atraen a cualquiera. Descubrir sus costumbres y creencias, comprender otras formas de vivir es lo que se pretende en esta exposición y que a la vez es lo que te atrae de ella. Para no romper con la idea que persigue el artista, todas las piezas que se exponen tienen como soporte papel hecho a mano, donde todas sus ideas fluyen expresadas mediante carbón, óleo y acrílico, muchas veces aplicadas directamente con las manos.
Por esta razón, el título de la exposición no tiene desperdicio y refleja aquello que persiguen los dibujos de José Bedia: nosotros estamos en nuestro mundo pero gracias a la pintura tenemos la suerte de descubrir otro mundo muy distinto al que estamos acostumbrados.
La exposición tiene lugar en una sala muy pequeña con un techo poco elevado que contribuye a ese ambiente acogedor, rural y sencillo de las culturas afroamericanas. Todas las imágenes son de gran tamaño y están mostradas suspendidas en una pared blanca y colocadas una al lado de la otra siguiendo un orden muy marcado pues, a excepción de una obra, todas están centradas en las pared siguiendo una misma línea o eje longitudinal. El suelo es también claro, aunque no del color de la nieve y su acabado pulido refleja en él las imágenes expuestas como si de un espejo se tratase. Lo más curioso de la sala es la existencia de cuatro columnas cilíndricas y blancas dispuestas formando un cuadrado y situadas en el centro de la sala que obligan al espectador, sin que éste sea consciente de ello, a seguir un determinado recorrido perimetral. Es un acierto el modo en que está iluminada la sala pues ésta, presenta distintos focos orientados hacia las imágenes y, sin embargo, el centro de la sala, en donde se encuentran las columnas, carece de iluminación directa, creando una pequeña zona oscura. Pese a que la sala es muy pequeña, el espacio en el que se puede desplazar el espectador es muy amplio, logrando así observar las obras a una distancia adecuada.
Las imágenes se caracterizan por la simplicidad de las formas que en ellas se muestran, usando como recursos las líneas rectas y las formas geométricas. Otro detalle a destacar de ellas es el predominio de una misma gama de colores: los tonos marrones y anaranjados que recuerdan muy bien al paisaje africano, así como al tono de piel de sus aborígenes y muchos productos que allí se elaboran, como el cacao. Incluso el artista, sin querer perder detalle alguno, traza las palabras con letras distintas en tamaño y agraciadas siguiendo una línea esbelta, igual que las figuras que plasma, evocando perfectamente el tipo atlético, ligero y delgado de la que se caracterizan sus habitantes. Un aspecto a destacar de esta exposición que a mí me ha llamado la atención y supongo que a mucha más gente también, es la rotulación del título de la obra en la misma imagen y con letras bien grandes, sin que pueda haber confusión en su lectura, ocupando un lugar protagonista o importante en la obra. Nunca lo había visto antes y no hay duda de que este detalle contribuye a reflejar la sencillez y eficacia en los mensajes que pretende José Bedia. Ello no significa que no hallan rótulos explicativos de los cuadros ni su título. Al contrario, en cada esquina de la pared se ubican las cartelas blancas de pequeño tamaño con la información acerca del modo en que está realizado, el título, el autor y el año.
Todas las imágenes transmiten una serie de acontecimientos cotidianos de dicha cultura, leyendas y naturaleza propias, que dotan a la exposición de un carácter mágico. Por ello, no es de extrañar la presencia de tres imágenes que son continuación de la otra donde se narra cómo un automóvil de turistas es engullido por una serpiente, mostrando el momento en que el reptil visualiza el vehículo, lo engulle y cómo se realiza su digestión. También es fácil darse cuenta de lo unidos que están dichas culturas con los animales pues todas las pinturas están hechas a base de formas que recuerdan animales como la gacela. Para el artista es muy importante que todo sea sencillo y quede bien entendido por el espectador, de ahí que en la pared de la sala exista un pequeño glosario con las palabras que aparecen en los títulos de las imágenes y explicando ciertas leyendas latentes.
Me resulta difícil escoger una obra en concreto que sea mi preferida, pues realmente me han encantado. Quizá sea la que muestro a continuación (Animal de Sabana) la que más me ha gustado porque resume muy bien toda esa cultura: el color cálido que refleja el paisaje terroso y de temperaturas ardientes del lugar, la simplicidad de las líneas al igual que la simplicidad de la cultura, la importancia de los seres vivos que son muchas veces para ellos como dioses, el color negro típico de su tez y las hojas simples y delgadas de los árboles africanos.
Otra imagen que también me ha cautivado es la que tiene como título Sarabanda. En ella podemos ver a un “npungo” (deidad en lengua kikongo), es semejante a Ogún, dios de la forja en la tradición yoruba. Todos los símbolos que están dibujados en su cuerpo están hechos con un material blanco que evoca los huesos molidos de todos nuestros ancestros.
En esta fotografía que presento a continuación, se ve una vista general de algunos cuadros:
El de la izquierda se titula Nkombo 28. Nkombo significa “cuadrúpedo con cuernos” y en este caso representa una cabra. La cabra, que es uno de los animales por excelencia en varias tradiciones culturales, en este caso se mimetiza con un hombre que se inicia en la religión bantú del Palomonte. Las cruces de los hombros hacen referencia a los cortes en la piel que se hacen al hombre en la ceremonia para provocar la aparición de la sangre. El animal asignado al número 28 en la antigua lotería cubana es la cabra.
A continuación de este cuadro se puede ver otro titulado Animal alerta. Un animal que habitualmente es presa de los depredadores va armado con un rifle, así puede defenderse en solitario sin la necesidad de las ayudas de la manada.
Realmente es una exposición que aunque pequeña, puedes llevarte contigo una gran experiencia e ilusión.
Soñaresgratis
Me ha gustado mucho tu entrada sobre esta exposición, sobre todo tus apreciaciones más personales. ¡Muy bien!
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