Siempre me ha conmovido la forma con la que la pequeña sirena entrega su preciada voz, su cola y su inmortalidad por el amor de un príncipe mortal. Un sacrificio por el que no sé si todos estaríamos dispuestos a pasar. Sin embargo, dulce e inocente, lo abandona todo por un pálpito, por un suspiro ligero, por una sonrisa incansable...
También me pregunto, e intento responder, cada vez que leo este cuento, si le valió la pena, si toda la ilusión que vertió, los buenos y breves momentos que estuvo con él y todo lo que sintió, suman más que el dolor que debió sentir cuando lo vio casarse con otra princesa. Su pálpito se apagó, el suspiró se hizo pesado y su sonrisa se volvió en llanto, tan profundo como el mar.
Pero, ¿Cómo iba pensar que aquel por el que había dado tanto, aquel que siempre rondaba por su mente, la olvidaría a la primera de cambio y se prometería con otra? ¿Cómo le iba a pedir lo eterno a un simple mortal? Se equivocó. Lloró; y, lágrima a lágrima, volvió a formar parte del mar...
Artemaniaco