Muchas veces me ha costado entender la malicia de las personas, su falsedad e hipocresía. Es verdad que ni yo soy tan santo, ni el cuervo tan negro, pero se me escapa del entendimiento como hay gente que puede tener el interior tan vacío y el exterior tan rebosante. ¿De que les sirve mostrar su cara amiga, si la otra está deseando morderte? Son como el león, manso cuando quiere, fiera cuando puede. Claro que el león suele poder sacar las garras cuando le viene en gana. Las personas, en ese caso, somos más cobardes, somos, más bien, como hienas carroñeras, esperando la mínima oportunidad para ensañarnos con presas débiles o moribundas.
Aún así, la falsedad de las personas va más allá, porque a las hienas se las ve de frente, sabemos de que pie cojean, y qué podemos esperar de ellas. Sería el caso de las personas bordes, que siguen sin tener empatía, pero que al menos son sinceras. De éstas están plagadas los cuentos infantiles, como por ejemplo, las hermanastras de cenicienta: ruines donde las haya, pero al menos, sinceras. Cenicienta en ningún momento se sintió traicionada por ellas, pues se mostraron tal cual eran y su actitud hacia la pobre cenicienta, aunque cruel, había sido coherente.
Ellas aún merecerían perdón; no así las personas falsas, aquellas que te brindan una "amistad" aparentemente sincera, creando un desengaño profundo cuando muestran su verdadero rostro. Este quizá sería el caso de Caperucita Roja y El Lobo, o La bruja de Hansel y Gretel, que les ofrece dulces, pero, cuando menos se lo esperan, apenas se dan la espalda confiados, pretende meterlos en el horno.
Así que puestos a no ser buenas personas, al menos, seamos sinceros; puestos a ser sinceros, al menos, intentemos ser mejores personas.
Artemaniaco.